¡Riiiiing!¡RIIIIIIING!... mi teléfono móvil, el detector de llamadas decía: "Número Privado". Contra toda recomendación gubernamental y policial, me dispuse a contestarlo. Un tímido y sombrío "hola" fue lo único que alcanzó a salir de mi boca. "¡Hola hijito!, ¿Cómo te fue en tu examen de historia?", se escuchó del otro lado de la bocina. Era mi madre, sí, la misma que todos los días se parte el lomo trabajando por pagar mi universidad y mi vida en México D.F. ¿Qué le podía decir? Por mi mente sólo pasaban las imágenes de mi fracaso, de mi derrota ante ese maligno y poderoso enemigo: mi profesor de Historia. Aun no sabía que decir. Desde la estrepitosa caida en aquella prueba de conocimientos, me costaba formular oraciones completas y con sentido. "Hijo, ¿estás ahí?"... ya era suficiente la tortura para mi madre. "Mamá, voy a asesinar al "profe" de Historia". Hasta ahora me pregunto el por qué de mi actitud, pero no la de la intención de acabar con los despertares de mi maestro, la duda era acerca de la razón, motivo o circunstancia que me llevaron a confesarselo a mi progenitora. Pequeño gran error. Un grito, un inmejorable y patético grito fue lo que mi mamá emitió: "¡QUÉ!". Como ya había abierto mi sagaz y elocuente boca, le conté la historia completa. La puse al tanto de cómo, en una reunión post-examen, habiamos ideado un malévolo plan entre mis compañeros de semetre, para "darle cuello" al absolutista y cuasi monárquico catedrático. Me dí a la tarea de explicarle que la gran mayoría habiamos estudiado dias antes, durante largas horas, para encontrarnos con diez preguntas formuladas con la intención de acabar con nuestro sueños, nuestras metas, ¡NUESTRAS BECAS!. Le comenté que había posiciones mas moderadas, como la de esperar a que salga del aula, amarrarlo y llevarlo, contra su voluntad, a confesar sus pecados en el oratorio. Esperar a que le den, por lo menos, tres rosarios en latín y cuarenta "Padresnuestros".... pero a la mayoría nos parecía demasiado girondinezco. ¡Queriamos ver sangre!, entretenernos con un guillotinazo certero y de paso, acabar con el obstáculo más grande del semestre.
Mientras le contaba la historia me puse a pensar en algo que no había tomado en cuenta. A mi madre le comencé a "dar el avión", porque en realidad estaba meditando en las razones por las que mi detestado maestro había hecho aquello. No podía estar tan loco. Él pasó por lo mismo. Disfrutó (con un pequeño desliz en séptimo semestre, tengo entendido) mucho su carrera de Historia en la Universidad Iberoamericana. Estoy seguro que, por la fama que tiene de ser el más exigente en sus exámenes, sabía que nos ibamos a matar (literalemente) estudiando. Llegué a dos conclusiones: 1) Ahora está tranquilo porque sabe que los conocimientos los tenemos aunque los números del exámen sean contradictorios. 2) Definitivamente es tan buen profesor que lo que menos le importa son los resultados en los parciales, y nos pondrá realmente a prueba en el trabajo final.
Admirado por su inteligencia y convencido de que no lo detesto, ni es un obstáculo (es más a Iñigo, lo considero un ejemplo y un gran tipo), me quedo con una duda: ¿Qué vamos a hacer para obtener el promedio suficiente para no perder nuestras becas?. Ustedes se quedan con otra: ¿Qué paso con la llamada de mi madre?.
2 comentarios:
Jajajajajajaja!! esta GENIAL!! Continua así!
Entre la foto de tu perfil y los comentarios iniciales de tu entrada, pensé que tenía las horas contadas. Gracias por la deferencia y un abrazo
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