martes, 15 de septiembre de 2009

Mami, voy a matar al "profe" de Historia...

¡Riiiiing!¡RIIIIIIING!... mi teléfono móvil, el detector de llamadas decía: "Número Privado". Contra toda recomendación gubernamental y policial, me dispuse a contestarlo. Un tímido y sombrío "hola" fue lo único que alcanzó a salir de mi boca. "¡Hola hijito!, ¿Cómo te fue en tu examen de historia?", se escuchó del otro lado de la bocina. Era mi madre, sí, la misma que todos los días se parte el lomo trabajando por pagar mi universidad y mi vida en México D.F. ¿Qué le podía decir? Por mi mente sólo pasaban las imágenes de mi fracaso, de mi derrota ante ese maligno y poderoso enemigo: mi profesor de Historia. Aun no sabía que decir. Desde la estrepitosa caida en aquella prueba de conocimientos, me costaba formular oraciones completas y con sentido. "Hijo, ¿estás ahí?"... ya era suficiente la tortura para mi madre. "Mamá, voy a asesinar al "profe" de Historia". Hasta ahora me pregunto el por qué de mi actitud, pero no la de la intención de acabar con los despertares de mi maestro, la duda era acerca de la razón, motivo o circunstancia que me llevaron a confesarselo a mi progenitora. Pequeño gran error. Un grito, un inmejorable y patético grito fue lo que mi mamá emitió: "¡QUÉ!". Como ya había abierto mi sagaz y elocuente boca, le conté la historia completa. La puse al tanto de cómo, en una reunión post-examen, habiamos ideado un malévolo plan entre mis compañeros de semetre, para "darle cuello" al absolutista y cuasi monárquico catedrático. Me dí a la tarea de explicarle que la gran mayoría habiamos estudiado dias antes, durante largas horas, para encontrarnos con diez preguntas formuladas con la intención de acabar con nuestro sueños, nuestras metas, ¡NUESTRAS BECAS!. Le comenté que había posiciones mas moderadas, como la de esperar a que salga del aula, amarrarlo y llevarlo, contra su voluntad, a confesar sus pecados en el oratorio. Esperar a que le den, por lo menos, tres rosarios en latín y cuarenta "Padresnuestros".... pero a la mayoría nos parecía demasiado girondinezco. ¡Queriamos ver sangre!, entretenernos con un guillotinazo certero y de paso, acabar con el obstáculo más grande del semestre.

Mientras le contaba la historia me puse a pensar en algo que no había tomado en cuenta. A mi madre le comencé a "dar el avión", porque en realidad estaba meditando en las razones por las que mi detestado maestro había hecho aquello. No podía estar tan loco. Él pasó por lo mismo. Disfrutó (con un pequeño desliz en séptimo semestre, tengo entendido) mucho su carrera de Historia en la Universidad Iberoamericana. Estoy seguro que, por la fama que tiene de ser el más exigente en sus exámenes, sabía que nos ibamos a matar (literalemente) estudiando. Llegué a dos conclusiones: 1) Ahora está tranquilo porque sabe que los conocimientos los tenemos aunque los números del exámen sean contradictorios. 2) Definitivamente es tan buen profesor que lo que menos le importa son los resultados en los parciales, y nos pondrá realmente a prueba en el trabajo final.

Admirado por su inteligencia y convencido de que no lo detesto, ni es un obstáculo (es más a Iñigo, lo considero un ejemplo y un gran tipo), me quedo con una duda: ¿Qué vamos a hacer para obtener el promedio suficiente para no perder nuestras becas?. Ustedes se quedan con otra: ¿Qué paso con la llamada de mi madre?.

viernes, 11 de septiembre de 2009

¡Qué subieron el impuesto!

Cómo todos los días entré a la estación del metro Copilco a las 6:30 de la mañana, me aproximé al puesto de prensa escrita y me enteré de lo que todo México hoy, se queja. El periodiquero, un tipo al que se le notan los años de vida en la cara y en los ojos, me comentaba apesadumbrado, "ya nos cargó la chingada joven, nos quieren subir el precio hasta de las tortillas". Me quedé tan preocupado que me atrevi a llamarle a mi comadre Filomena. La pobre estaba en un llanto. "No voy a poder comprar ni mis cuatro panes dulces para el desayuno" me decía con una agobiada voz, "tranquila comadre, una conchita nadie se la niega" fue lo único que atiné a responderle.
Pasó el día y yo seguía con la voz de mi amigo periodiquero y de mi comadre Filomena en la mente. Me ocupé de investigar y me quedé anonadado. "El impuesto contra la pobreza", de nuestro amigo Calderón, ¡le va a subir las facturas a los pobres! ¡Pero que divertido!... no. En ese mismo instante me acordé que la selección enfrentaba al equipo Hodureño esa misma noche. No dudé en marcarle al buen Diego para proponerle ir a ver a nuestra esperanza nacional al colóso de Santa Úrsula, me dijo que por supuesto iríamos. Tuve que hacer otra llamada, pero esta vez de carácter burocrático..."Mami, voy a ir al partido con Diego". Mi santa progenitora decidió gritarme una lista de obligaciones pendientes (y pensar que yo sólo quería el permiso). Ante la negativa de mi madre me dispuse llamar a Dieguinho, como le digo de cariño. Agarré el celular y me llegó un mensaje de la suscripción informativa que tengo: SECUESTRAN AVIÓN EN AEROPUERTO INTERNACIONAL DEL DISTRITO FEDERAL. ¡No ma!¡No chin!¡No jo!... Inmediatamente encendí el televisor más cercano y a lo largo de la tarde, hasta el inicio del partido, mis sentidos estuvieron todos sobre el loco sudamericano que en nombre de Dios había atacado el orden social... Ahora me pregunto ¿Qué pasó con los impuestos?